El espíritu del “prusés”

Resulta frustrante, lo reconozco, parece como si la política catalana hubiese entrado en una especie de agujero de gusano y se hubiese quedado anclada en discusiones más propias del Siglo XIX que del siglo XXI, asistimos día sí y día también a discusiones identitarias, la narrativa está repleta de superioridad moral e incluso de supremacismo, hay líderes del “prusés” que ya nos indican el camino de salida, quizás la estación de tren más cercana a la que hemos de acudir los que no estamos dispuestos a seguir adelante con la pesadilla nacionalista, se insiste en hablar de “los españoles” y los “catalanes” para hacer aún más profunda la sima entre los ciudadanos de Cataluña, la cosmovisión del separatismo ya es descaradamente (y artificialmente) etnicista, han creado una comunidad imaginada e ideológicamente “pura” y el resto nos debemos conformar con el silencio y el sumiso acatamiento, comportarnos como extranjeros en nuestra propia tierra.

Se tergiversa el lenguaje, se pervierten los conceptos, se invierte la moral, todo ello con el descaro de quién se cree saberlo (casi) todo de antemano, de quién se cree depositario de una verdad revelada, de quién se cree pieza fundamental de una fatalidad histórica, se recurre constantemente a la democracia y a la libertad en el discurso separatista, se habla de mayorías, del “pueblo” y su indivisibilidad, de la “gente”, de la “nación catalana”, ese mundo de indefinición perversa que nutre el imaginario de los nacionalistas de buena fe, de aquellos que se creen ingenuamente la historia victimista concienzudamente construida tras más de treinta años de programa de ingeniería social.

Esta densa tela de araña en forma de narración política, social y cultural parece haber atrapado a una parte de la izquierda española que no ceja en su intento de calmar a la bestia nacionalista con propuestas y afirmaciones tan peregrinas como: ¡efectivamente, Cataluña es una nación y España es una nación de naciones!, apoyar un referéndum de autodeterminación para votar no (Pablo Iglesias) o “quiero la unidad de España, pero acepto la democracia” (general Julio Rodríguez); este tipo de declaraciones podrían ser fruto del endémico complejo identitario de la izquierda española, de una (peligrosa) ingenuidad política o de un (lamentable) tacticismo electoralista, sea como fuere, es intentar apagar un fuego con gasolina.

Desde luego insistir en la celebración de un referéndum para que salga no es el paroxismo de la inefable política del contentamiento, básicamente por dos cuestiones: porque el referéndum es el peor de los instrumentos de la democracia porque cercena la pluralidad a un mero juego de suma cero (Sartori define la democracia como el gobierno de la mayoría con respeto a la minoría ) y, sobre todo, porque el nacionalismo solo dejará de hacer consultas, referéndums o elecciones autonómicas “plebicistarías” hasta que salga sí, un sí tan definitivo como la “unión perpetua” de la federación de los EE.UU. Con lo que partimos de una premisa que parece escapárseles a los próceres de esta ¿neoizquierda?: estamos ante un democrático “no” siempre temporal y cuestionado por lo contingente y perfectible de la democracia y ante un “sí” categórico e irreversible fundado en la irracionalidad de lo dogmático…

Explica Sebastian Haffner en su “Historia de un alemán” que durante la campaña electoral alemana de 1933, el partido socialdemócrata subrayaba su (vergonzante) condición de “también-nosotros-somos-nacionalistas”, es paradójico que cuando parte de la izquierda –que dice defender la igualdad y el fin de los abusos de los poderosos- se enfrenta a contextos en el que imperan fuerzas políticas cuya ideología es esencialista y, en cierto grado, excluyente, cuando el ecosistema político está escorándose hacia postulados dogmáticos y arbitrarios, parece que su solución sea la adaptación a la situación, como si un velo de (fatal) olvido les provocara una inmensa confusión que les aleja de lo que dicen defender, parece que la izquierda no se dé cuenta de que el problema en Cataluña no es de naciones o nacionalismos, el problema es de (falta de) libertad.

José Rosiñol Lorenzo