España contra Cataluña: Historia de un fraude.

 

«El nacionalismo catalán está viciado de origen»Jesús Laínz

El escritor cántabro presenta su nuevo libro, España contra Cataluña. Historia de un fraude. «Hoy se desprecia y se odia a España porque desde la Generalidad se ha inoculado muy eficazmente ese desprecio y ese odio, y sin oposición, cuando no con la colaboración, de unos gobiernos nacionales tanto del PP como del PSOE. Hoy pesa más el odio a España, el ‘sentirse’ sólo catalanes, porque la ingeniería social ha sido constante y aplastante», denuncia en una entrevista para CRÓNICA GLOBAL.

Jesús Laínz presenta su nuevo libro, España contra Cataluña. Historia de un fraude (Ediciones Encuentro). Laínz (Santander, 1965) es abogado, empresario y escritor, y se ha especializado en el análisis de los nacionalismos separatistas que se han intensificado en España en los últimos años, fundamentalmente en Cataluña y en el País Vasco. Este es su sexto libro, tras Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos (2004), La Nación falsificada (2006), España desquiciada (2007), Escritos reaccionarios (2008) y Desde Santurce a Bizancio. El poder nacionalizador de las palabras (2011). Nos atiende en la Casa de Madrid en Barcelona, donde pronuncia una amena conferencia que hace las delicias de un público entregado que abarrota la sala. Le escoltan los eurodiputados de Ciudadanos Javier Nart y Juan Carlos Girauta, y el presidente de Convivencia Cívica Catalana, Francisco Caja, que avalan el libro de Laínz.

«España contra Cataluña. Historia de un fraude». ¿No es un título malvado?

No. Lo malvado es haber organizado un simposio pseudohistórico cuyo título ya evidencia, sin disimulo alguno, que se trata de un paso más en la ingeniería de masas nacionalista para lavar el cerebro y envenenar el corazón de los catalanes. ¿Cómo se puede decir que España es la enemiga de Cataluña? ¿Acaso hay un solo momento histórico en el que Cataluña no haya participado de la vida de España? Yo me he limitado a utilizar el título del simposio de manera irónica porque no se puede explicar mejor el contenido del libro, que no es otra cosa que un desmentido de todo lo que sostiene la farsa nacionalista.

¿Cómo podría resumirse esa continua participación de los catalanes en la historia de España que usted sostiene?

La primera capital de la Hispania romana fue Tarragona. La primera capital de la Hispania visigoda fue la Barcelona de Ataúlfo y Gala Placidia. El primer nombre de buena parte de lo que hoy es Cataluña fue Marca Hispánica. La palabra ‘español’ es la que, proveniente del latín ‘hispani’, emplearon los franceses del sur, los de lengua d’oc, para denominar a los que estaban al otro lado de los Pirineos, es decir, los catalanes. Los catalanes participaron, como los demás españoles, en la reconquista, en la repoblación, en el proceso de fusión de los reinos que culminó en los Reyes Católicos, en la conquista de Granada, en el descubrimiento, conquista, colonización, evangelización y gobernación de América, en las campañas del Gran Capitán, en los Tercios de Flandes, en Lepanto, en la Guerra de Sucesión, en la de la Independencia…

Precisamente a la falsificación histórica sobre la Guerra de la Independencia dedica uno de los capítulos más jugosos del libro.

Sí, empezando por su nombre, pues los catalanes siempre la llamaron Guerra de la Independencia hasta que en 1971 empezaron a publicarse libros en la editorial nacionalista Rafael Dalmau con la expresión «Guerra del Francés». Los detalles sobre dicho cambio son escandalosos. Por cierto, que el nacionalismo catalán ha tenido aventajados discípulos. Por ejemplo, el oscense Gaspar Torrente, militante de ERC en su juventud y fundador durante la Segunda República de un partido gemelo llamado Estado Aragonés, llegó a escribir que Agustina de Aragón -catalana, por cierto- no había luchado en el sitio de Zaragoza por la independencia de España, ¡sino por la de Aragón! La Guerra de la Independencia se ha falsificado hasta gráficamente, sustituyendo las banderas rojigualdas enarboladas por los catalanes por la bandera nacionalistamente correcta, en este caso la señera. Acabarán ilustrando los libros de texto con soldados catalanes de cualquier siglo portando esteladas. Las manipulaciones, ocultaciones y mentiras son de tal magnitud que me he visto obligado a añadir un apéndice gráfico con un centenar de ilustraciones para que los lectores no crean que les estoy engañando. Si los jóvenes adoctrinados en el totalitario sistema educativo catalán simplemente echaran un vistazo a dichas imágenes, empezarían a darse cuenta de cómo les han estado tomando el pelo sus profesores y los medios de comunicación a sueldo del nacionalismo.

Sin embargo, ¿no cree que toda demostración del fraude histórico pesa menos que la voluntad de separarse de España?

Claro, y ahí está la clave de la gran farsa nacionalista. Porque ¿existiría esa voluntad de separarse sin la intoxicación ideológica previa basada fundamentalmente en convencer a los catalanes de que los demás españoles han sido sus enemigos eternos? Hoy se desprecia y se odia a España porque desde la Generalidad se ha inoculado muy eficazmente ese desprecio y ese odio, y sin oposición, cuando no con la colaboración, de unos gobiernos nacionales tanto del PP como del PSOE. Hoy pesa más el odio a España, el «sentirse» sólo catalanes, porque la ingeniería social ha sido constante y aplastante. La agitación del odio ha sido continua desde los tiempos fundacionales de Cambó y Prat de la Riba, como ellos mismos admitieron en sus escritos, hasta hoy. A lo largo de un siglo los políticos, periodistas y autores nacionalistas han escrito cientos de páginas con inauditas incitaciones al odio y con insultos alucinantes a los demás españoles, llegando, por ejemplo, a declarar anticatalanes a los catalanes que se casaran con españoles, caracterizados, por cierto, por su lascivia y su tendencia al adulterio. En el libro se recogen muchos de estos textos que por sí solos demuestran que el nacionalismo catalán está viciado de origen. Por ejemplo de Joan Salvat-Papasseit son estas palabras: «Por lo que respecta al odio, es necesario que os diga esto: no suspiréis por nuestra libertad sin pasar por el odio. ¡Mientras no les odiemos nunca podremos vencerlos! Es necesario, pues, propulsar el odio contra España o dejar de existir». En cuanto al sentimiento, eso que según parece está por encima de cualquier razonamiento, creo que es necesario tener presente que puede ser creado mediante mentiras y que los manicomios están llenos de personas que se sienten Napoléon.

¿Qué opina sobre el argumento de «España nos roba»?

Pues que tras la preparación del terreno durante un siglo mediante mentiras históricas, invenciones de agravios e hipócritas reivindicaciones de hechos diferenciales, lo que cuenta finalmente es la cartera, eso que se oculta bajo la bandera. ¿Por qué los madrileños, de renta per cápita también superior a la media española, no claman que «España nos roba» y exigen la independencia? Porque en Madrid no ha habido «construcción nacional». El recurso a la comparación de ingresos e impuestos no puede ser más pueril y falaz, empezando porque los impuestos los pagan las personas, no los territorios. Según la lógica nacionalista, ¿no podrían decir también los barceloneses que Lérida nos roba? ¿Y los de Sarrià y Pedralbes no podrían decir que Ciutat Meridiana nos roba? ¿Y por qué limitarnos al criterio territorial? Podrían emplearse otros muchos. Por ejemplo, el del nivel de renta. Así, los que ganen más de 4.000 euros al mes podrían protestar porque «los que ganan 1.000 euros al mes nos roban». Y los neurocijanos podrían clamar porque «los camareros nos roban». Y los futbolistas porque «los neurocirujanos nos roban».

Por cierto, en su libro explica que no es la primera vez que sucede.

Efectivamente. Tras haberse distinguido durante todo el siglo XIX por su furor patriótico, su imperialismo, su belicismo, su oposición a cualquier concesión de autonomía a Cuba y Filipinas, su presión a los gobiernos españoles para que protegiesen la industria catalana con aranceles en muchas ocasiones perjudiciales para otras regiones de España, su oposición incluso a que se aboliese la esclavitud, buena parte de la burguesía catalana se hizo separatista de la noche a la mañana en 1898. A la semana siguiente de la batalla de Cavite, La Veu de Catalunya reclamaba cortar amarras con España para evitar hundirse con ella. Si entonces fue «Con España nos hundimos», hoy toca «España nos roba».

¿Cree usted que hay solución para todo esto?

Sí, siempre que España fuese un Estado de derecho, lo que no es por mucho que lo proclame la Constitución. El día en que un gobierno español cumpla y haga cumplir las leyes y las sentencias sobre todos los derechos que los ciudadanos catalanes ven vulnerados diariamente; el día en que sea efectiva la libre discusión de ideas en cualquier medio de comunicación; el día en que cierto tipo de libros (como éste) pueda ser encontrado en cualquier librería de Cataluña, ese día el nacionalismo catalán empezará a disolverse como un azucarillo. Pero mientras ese día llega, el problema seguirá siendo el mismo. Y ese problema no está sólo en el palacio de la Generalidad, sino que se encuentra sobre todo en el de La Moncloa.