El fracaso del periodismo político

«Cuando eres político, sólo lees a los periodistas políticos, vives en una burbuja, a pesar de que cada vez menos gente lee ese tipo de periodismo. Como político, en lugar de gobernar, vives obsesionado con historias que no son importantes, que dentro de un año nadie recordará”. 

Michael Ignatieff

 ¿Existe periodismo político escrito en España? Si juzgamos por la profusión de noticias que tienen como objeto los partidos y sus actos, o si contamos el número de corresponsales políticos de los distintos medios en las sedes de los partidos y en las instituciones, sin duda concluimos que sí. Los nuevos medios digitales, en su mayoría, son secciones políticas con aditamentos culturales, económicos, sociales o deportivos, pero que –salvo excepciones– ocupan lugares testimoniales y con más ganas de hacer pasar por un medio generalista lo que en realidad es, o sobre todo es, un diario político.

Tanto en las cabeceras clásicas como en los nuevos digitales, hay sin duda grandes periodistas políticos, y son pocos los medios donde no destacan varios con buenas fuentes, escritura clara y capacidad de análisis. Sin embargo, el periodismo político en España es, a mi parecer, excesivo en su cobertura y errado en su enfoque. Error mucho más achacable a los editores que los redactores. ¿Por qué?

Contribución a la ignorancia colectiva

Sobre todo porque el periodismo político funciona, en esencia, como correa de transmisión de los mensajes de los partidos y Gobiernos, y con escasa capacidad incisiva y de vanguardia. Caso paradigmático es el conocido ‘plasma de Rajoy’, que tanta indignación causó entre los medios. No obstante, ¿no es este caso una destilación del modelo periodístico que los medios han alentado todos estos años? Sin duda lo es, pues acudir con preguntas tasadas –cuando las hay–, sin capacidad de repregunta cuando el interpelado contesta lo que quiere o para dar cuenta en un artículo del argumentario básico, es lo que ha dado pie a estos hechos. La indignación del periodista no deja de ser hipócrita en mayor medida que el cinismo del político. Por otro lado, ¿por qué envían periodistas los medios pequeños a ruedas de prensa o declaraciones de apparatchiks de tercera fila si ya tienen contratados los servicios de agencias de prensa que las cubren? Se puede aducir la necesidad de estar en los corrillos, pero lo cierto es que no se utilizan para mejorar la mayoría de las crónicas, generalmente insulsas y planas.

De modo que la discusión política en España no sale de las trincheras partidistas, no porque no haya periodistas políticos que no hagan artículos y análisis rigurosos, sino porque éstos quedan sepultados en el tráfago del acopio declarativo del que todos los medios parecen sentirse obligados a dar cuenta. Muchos de los mejores redactores se ven encargados de editar teletipos insustanciales que, con otro lenguaje, van a dar una decena de diarios más. Artículos mucho más “tuiteables” porque el contenido es el titular y no hace falta tomarse la molestia de leerlo, pero sí dejan la sensación de estar informado. Y lo cierto es que no se está. Por esa dejación en la selección y priorización de noticias, el periodismo político en España es un fracaso que lejos de aclarar nada, contribuye a la ignorancia colectiva española. Y sólo contribuye, porque la principal responsabilidad es la del ciudadano, que no puede alegar falta de fuentes genuinas a las que acudir para formarse una idea de la sociedad y sus problemas.

Asumir la complejidad social

El periodismo ha caído en el mismo problema que ha abducido a gran parte del electorado al calor de la crisis: la simplificación de la realidad a cotas asumibles a golpe de titular o de mitin político, en detrimento de sus mejores periodistas y análisis. Por eso, la oleada de periodismo digital con tufo de rumores y obsesionados con las anécdotas políticas (que es mayoritario en los creados en los últimos años) es indisociable al aumento de opciones políticas populistas, llámese UPyD o Podemos. Es así porque el periodismo político en España es también populista, salvo las consabidas excepciones. Sin duda hay otras causas relacionadas con el modelo de negocio, el cambio tecnológico y la crisis económica, pero la principal responsabilidad de la pobreza periodística en España es achacable a los editores. La pregunta habría que plantearla al revés: ¿hay modelo de negocio sin claridad y calidad periodística?

El modelo latinoamericano

Aunque haya algo de excesivo en el elogio de los últimos tiempos, es indiscutible que la prensa independiente latinoamericana –revistas, diarios digitales o impresos– está marcando un camino. Por un lado, cuestionando la principal excusa que aducen muchos medios españoles a la hora de mejorar sus coberturas: la falta de medios. Diarios como ElFaro.net en El salvador, Plaza Pública en Guatemala, The Clinic en Chile, Animal Político en México o La Silla Vacía en Colombia, entre otros muchos, cuentan con menos medios en entornos mucho más hostiles, y esa ‘feliz’ coincidencia de convicción y falta de medios hace que separen muy bien el grano de la paja.

Además, han entendido que su cobertura ha de ser forzosamente distinta (y más innovadora) para no entrar en competencia con quienes no pueden competir, como son el caso de las cabeceras clásicas y asentadas, rentables además en la región. Y este enfoque distinto, más atento al contexto regional y, en muchos casos, mundial, hace posible que las visitas en la red a dichos medios no se circunscriban a los ciudadanos de cada país que, además, están interesados en el periodismo declarativo de políticos irrelevantes. El Faro, un diario salvadoreño, se puede leer desde Málaga. La inmensa mayoría de digitales españoles sólo interesan mucho en Madrid y Barcelona. Quizá los nuevos medios latinoamericanos sí han comprendido que, antes que el modelo está el contenido (con especial atención a la crónica y el reportaje narrativo), o que sin calidad y diferenciación, no habrá modelo.

Un círculo vicioso de mediocridad

La peor consecuencia de esta colusión española entre periodismo político y los partidos y sus mensajes es la perpetuación de los vicios que ahogan nuestro debate público, generando escasos incentivos para un cambio, primero de modos, y también de políticas. El que se mueva no sale en la foto, tampoco el que se mueva del modus operandi periodístico, algo que se ha puesto de manifiesto en el PSOE en los meses previos a las elecciones europeas, y sobre todo tras ellas: todos sabíamos quiénes se iban a presentar a las primarias o tenían intención de hacerlo, y sin embargo el periodismo político acató ese ‘pacto’ entre Rubalcaba y los aspirantes para actuar como si la cuestión no existiera o no fuera tan relevante. El debate interno existía, el apoyo se pedía en las agrupaciones, pero los candidatos negaban y el periodismo obedecía con una cobertura de compromiso.

Así, los candidatos han carecido del arrojo para mostrarse desacomplejados y libres de compromisos opacos propios de las luchas de los partidos, faltos de la sana ambición necesaria para liderar un proyecto colectivo. Más atentos a los spin doctors (también, y quizá sobre todo, Podemos) que a la comunión con la sociedad sin intermediarios tan condicionantes. Caso claro ha sido el de Carme Chacón, tan atenta a las claves periodísticas y del partido, que ha acabado fagocitada por ellas. Con todas las salvedades obligadas por las diferencias histórico-políticas, se podría generalizar diciendo que hacen falta más Renzis y sobran Rubalcabas en un país necesitado de reformas y de reformistas. A la perpetuación de esta disfunción ha contribuido, por desgracia, el periodismo político. Más política que periodismo.

 Antonio García Maldonado 2014