Hamlet y Don Quijote

 

                                                               Tenemos un reto importante como es la unidad nacional, el ser y sentirnos España. Todos admitimos y justificamos la diversidad, pero siempre en la unidad. Eso nos hará fuertes y respetados

 

 

QijotePicassoEn este mundo globalizado que vivimos, cabe preguntarse si también tenemos que homogeneizar nuestro carácter, nuestro modo de encarar la vida, nuestro modo de pensar, el “como somos”. Ya puedo adelantar que mi opinión es negativa. Tendremos que cambiar pautas sociales, económicas y culturales, habrá que ser más austeros, deberemos mejorar la calidad de nuestras instituciones, invertir más en cultura, acabar con la corrupción y tantas otras cosas; pero no debemos ni podemos erradicar de nuestras vidas y de nuestra convivencia la esencia de nuestro carácter; en definitiva, no podemos ni debemos dejar de ser españoles. Con sus virtudes y sus defectos.

 

Leía hace unos días un delicioso libro del embajador José Cuenca (“Encuentros de un embajador con Don Quijote”), en el que dice con bella prosa que “Shakespeare quiso imaginar un Hamlet severo y taciturno, hijo de la bruma y de la mar embravecida, anclado en un palacio sombrío y condenado, entre cuyos muros foscos, batidos por la lluvia y la centella, vaga su conciencia atormentada. Don Quijote no podía ser así: él es hombre de llanura, de altos cielos enrasados, de mohedal y rastrojera. En esos dilatados horizontes se templa su alma recia y vertical, hecha de certezas berroqueñas”. Yo creo que estos dos grandes personajes mundiales de la literatura contienen los grandes trazos de dos modos de encarar la vida. Como siempre ocurre entre los extremos, hay que limar diferencias y extraer de cada uno lo mejor, para llegar a un modelo excelente. Pero ello no debe llevarnos al abandono de lo esencial de cada modelo. Con los problemas tan graves como los que tenemos en el terreno económico y las exigencias del puente de mando (FMI, Comisión Europea, etc.), hay un acoso en toda regla a nuestro Don Quijote en favor de Hamlet. ¡Alemania es el modelo!

 

Hace unos meses hice un viaje a Holanda con unos amigos y me impactó en Utrecht el ambiente laborioso de sus calles -mucha bicicleta, pocos bares y un horario apretado-, tan distinto al nuestro. Y cuando se lo comentaba a un amigo, me decía que sí, que sí, pero ojo con abandonar nuestro modelo de ser, porque sería un desastre para España. Y ahí es donde hay que ahondar. ¿Qué debemos conservar? ¿Qué debemos cambiar? Hay una respuesta elemental pero sabia. Debemos conservar lo bueno y cambiar o abandonar lo malo. Pero ¿qué es lo bueno y lo malo del “modus vivendi” español? Obviamente, no puedo en un artículo breve profundizar en el tema, sino tan solo dar algunos apuntes.

 

Yo creo, a modo de síntesis, que lo mejor del carácter español es la apertura a los demás, nuestra calidad afectiva, nuestra solidaridad con el dolor ajeno, nuestra hospitalidad; y en segundo lugar, nuestro optimismo vital. Es cierto que en los últimos años la situación económica y social nos ha golpeado de tal forma que el optimismo ha cedido bastantes puntos ante la realidad. Pero, aun así y todo, creo que se mantiene. El profesor Díez Nicolás, en su preciada radiografía de la sociedad española que ha hecho durante tantos años, nos decía en 2011 que el 5% estaban muy satisfechos con la vida que llevan, y un 69% satisfechos. Y en eso ha tenido y tiene mucho que ver el hecho de que los valores que los españoles más aprecian son, por este orden, la armonía familiar (9,3), la salud (9,1) la educación de los hijos (9), el cariño y el afecto (8,8) y el sentirse útil para los demás (8,3). Estos últimos datos, de 1988, siguen vigentes (pues en 2011 consideran muy importante la familia el 91%) y son la clave de nuestro modo de ser. Familia, amigos y optimismo son t r es de nuestros factores identificadores. Algo tiene de ello Don Quijote con su caballerosidad y entrega a las causas justas.

 

Pero hay otros más, en el lado positivo. Uno de ellos es el ingenio. Tenemos mucha imaginación, como lo demuestra el alto índice de inventores que tenemos en el ranking mundial. Esa imaginación puede ser, y lo está siendo, muy útil para capear la crisis que nos azota. Tenemos que lograr, dentro de la necesaria austeridad, que esta sea creativa. Palanca y no freno. De ahí también que España sea la cuna de grandes individualidades (salvado el fútbol) en el mundo del arte, del deporte, de la literatura y de las ciencias. Y finalmente, sin ánimo exhaustivo, nuestro amor a la libertad y a la igualdad. Decía Madariaga que “la democracia es un medio y una forma, mientras que la libertad es una esencia y un fin”. Lo dijo con una fuerza que estremece (pues le costó la vida) el Justicia de Aragón, Juan de Lanuza, dirigiéndose al Rey Felipe II: “Nos, que somos igual que vos y todos juntos más que vos, os hacemos nuestro Rey y Señor, si juráis nuestros Fueros y libertades. Y si no, no!”.

 

Pero también tenemos defectos y carencias que tenemos que corregir y llenar para llegar a ser un Don Quijote con lo mejor de Hamlet. Somos poco ahorradores, poco previsores. Especialmente desde que los países del norte de Europa nos trajeron la buena nueva del Estado del bienestar, que interpretamos, en el sur, como un maná venido del cielo. No hay que preocuparse de nada -salud, jubilación, enfermedad y educación-, pues todo nos lo dará el Estado. Ese entendimiento ha sido mortal, pues entre otras muchas cosas ha matado el ahorro y ha forzado al Estado a un gasto inasumible pero popular. En 2011, según dice el profesor Díez Nicolás, el 60% de los encuestados vivían al día y sólo ahorraban algo el 25%, gastándose el 7% lo que tienen ahorrado. Con la crisis del 2008, esto se ha disparado y no había casi nadie que se preciara que no tuviera un crédito ¡que no podía pagar! Hasta para el viaje de bodas. ¡Ha sido un mal sueño! Y lo malo es que el Estado también entró en el carrusel de la deuda, hasta llegar a unas cifras escalofriantes respecto al Producto Interior Bruto. ¡Casi debemos toda la riqueza que producimos! Es algo increíble que no se pueda vivir con los recursos que uno tiene, y el pago de la locura es muy alto.

 

Hemos logrado tener una clase media muy estable que ha sido un elemento clave en nuestra convivencia. En la radiografía citada de Diez Nicolás, el 64% se consideraban clase media-media, y solo el 6% clase baja. Hoy la crisis y las políticas aplicables para hacer frente a ella están haciendo estragos en la clase media, y ello tiene un alcance social y político de primer orden que debe ser valorado por el Gobierno. La clase media en los sistemas democráticos actuales es como la estrella polar para los navegantes. No hace mucho me decían, con ingenio, que la clase trabajadora no tiene trabajo, la clase media no tiene medios y la clase alta no tiene clase.

 

Otro de los temas en los que tenemos que cambiar es la apreciación del éxito de los demás. En ningún país como en España se desprecia al empresario. Salvo en el País Vasco, en el resto de España se tiene una visión mayoritaria negativa del empresario por considerarlo una persona ávida de ganancias y carente de solidaridad. Eso, unido a la falta de espíritu emprendedor, resulta mortal en una situación en la que lo primordial es el empleo, que, como es lógico, lo dan los empresarios. Es como tener hidrofobia en época de sequía pertinaz.

 

Y ya finalmente, tenemos un reto importante como es la unidad nacional, el ser y sentirnos España. Todos admitimos y justificamos la diversidad, pero siempre en la unidad. Eso nos hará fuertes y respetados.

 

En 1977, Laín Entralgo, con un sentimiento agónico, se preguntaba: “En el siglo XXI, ¿qué va a ser España? ¿Se producirá en ella una paulatina desintegración? ¿Se alcanzará la realidad de una nueva y más satisfactoria convivencia?”. Si todos ponemos algo de nuestra parte, seguro que logramos la segunda posibilidad, y todo ello sin perder nuestra personalidad, aunque haya que moldearla.

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea, Académico numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación

 

 ABC 25/07/2013
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