Pocos días después de la Diada, se acumulan los síntomas de que la independencia de Cataluña es una quimera incluso para sus promotores.
Solo trece días después del fotogénico triunfalismo de la cadena independentista, impulsada con medios públicos de la Generalitat, se acumulan los síntomas de que se desinfla el globo del separatismo. El desafío se percibe como lo que es, una quimera irrealizable.
1. No hay pruebas de una mayoría independentista
Se están publicando sondeos que otorgan mayoría al separatismo sin el mínimo rigor científico, tanto por el exiguo tamaño de la muestra como por su margen de error. Los institutos dependientes de la Generalitat formulan las preguntas con el ánimo de orientar la respuesta y cocinando el trabajo de campo a favor del independentismo, tal y como reconoció hace unos meses a ABC una empresa demoscópica catalana. Según el CIS, el número de ciudadanos de la comunidad que se declaran «solo catalanes» es del 25,8%. El único test real de lo que piensan los catalanes fueron las elecciones autonómicas de noviembre del 2012. Artur Mas se presentó a lomos de una oferta soberanista y sufrió un descalabro, con una pérdida de 12 escaños.
2. La amenaza de la UE asusta
La advertencia enfática de los portavoces de la Comisión Europea la semana pasada, recordando que una Cataluña independiente quedaría fuera de la UE y de la zona euro, ha supuesto un golpe severísimo para la propa
ganda separatista. Ha hecho ver a la población catalana que salir de España supone la ruina.
3. Independencia equivale a miseria
Una Cataluña segregada perdería el 25% de su PIB. La comunidad es absolutamente dependiente de España. De entrada, no podría colocar su deuda, que tiene salida solo por el aval del Estado. Perdería los fondos europeos y el
oxígeno del BCE a la banca. Se quedaría sin su mercado natural, porque vende más al resto de España que al resto del mundo. Sus productos perderían competitividad por los aranceles. La suma de parados y pensionistas catalanes es de 2,4 millones de personas. Cataluña independiente no generaría ingresos para darles las prestaciones que hoy reciben. Por último, la comunidad se convertiría en el cortijo familiar de los patricios del nacionalismo, habituados al nepotismo.
4. Adiós al negocio español
La ruptura nunca sería amistosa (de hecho, el pulso sedicioso ya ha generado un sordo malestar en el resto de España). Una Cataluña independiente dejaría malparada a su gran entidad financiera y desposeería a la comunidad del control del sector energético español, que ostenta gracias a las concesiones de sucesivos presidentes de España (hoy, po
r ejemplo, la energía hidroeléctrica de embalses leoneses o gallegos renta en Cataluña). Los grandes empresarios catalanes saben que la quimera de Junqueras y Mas les ha empezado a perjudicar. Por su parte, algunos inversores han comenzado a amenazar con elegir otros destinos. Falta todavía, eso sí, que los empresarios catalanes tengan la gallardía de remarcar en público que a la comunidad le conviene España, algo que hasta ahora solo ha hecho Lara.
5. Junqueras y Mas buscan salidas
Solo unos días después del desafío colorista de la cadena humana, los líderes del pulso separatista lucen mustios. Mas negocia bajo cuerda con el Gobierno español para intentar salvar la cara y Junqueras se descolgó con una declaración oportunista, en la que habla de la posibilidad de una «doble nacionalidad catalana y española». Tras esa modulación subyace que sabe que fuera del núcleo duro nadie le comprará un adiós radical a España.
6. El Gobierno no va a ceder
Aunque no hace en Cataluña la labor pedagógica que debería, el Gobierno de Rajoy es el único de nuestra democracia que no le ha cedido nuevas competencias. Rajoy no admitirá nunca el desdoro de ser el presidente español que firme la autorización para un referéndum, dando así el banderazo de salida a la ruptura de España. A pesar de su perfil bajo, el Gobierno pone su límite en que se intente convocar en Cataluña un referéndum ilegal por la fuerza. Llegados a ese punto, que en Moncloa llaman «el choque de trenes», se recurriría a todos los resortes que ofrece nuestro estado de derecho para salvaguardar la unidad de España, incluido el artículo 155 de la Constitución. No existe un cauce legal para dar salida a las demandas de Mas y Junqueras, que pretenden burlar el ordenamiento legal aprobado en libertad por todos los españoles, incluidos, claro, los catalanes.
7. Cataluña es de todos los españoles
Un argumento que gana peso. En todo caso, si hubiese que decidir sobre el futuro de Cataluña, el asunto concerniría a todos los españoles, que sienten como suyo el territorio, pues su único pasado conocido es como parte de España. Nunca ha tenido Cataluña carácter de Estado o reino independiente. Por otra parte, sus vínculos con el resto de España son mucho más acusados que en otras comunidades, pues casi la mitad de su población procede de otras regiones o del extranjero.