Yo quiero seguir siendo catalán

Una de las incongruencias del relato soberanista es su desapego a ser catalanes. Parece que ser kosovar, crimeo, croata, checo o danés, cada día cambian de referente, sea muchísimo mejor que ser catalán. No idolatro las patrias pero francamente no veo las ventajas del cambio. A los catalanes nos ha ido bien, yo incluso diría muy bien, siendo españoles y, ahora, además, europeos. Yo diría que a los portugueses no les ha ido mejor siendo independientes, ni a los del Rosellón siendo franceses.El victimismo se compadece muy mal con el grado de riqueza, PIB y renta per cápita de Cataluña. El victimismo tampoco se corresponde con el alto grado de autogobierno, de hecho el estado es marginal en Cataluña, ni con la presencia del catalán en la escuela y en las administraciones catalanas. Paradójicamente el crecimiento de la administración catalana ha empobrecido el espíritu emprendedor propio de una sociedad que ha vivido mucho tiempo de espaldas al Estado pero que ahora ha generado un importante sector parasitario, gentes que viven directa o indirectamente de la administración, núcleo duro del independentismo.

Yo quiero seguir siendo catalán, que significa ser bilingüe, una ventaja en el mundo global que hasta va bien para retrasar el Alzheimer, según los expertos; ser amante del diálogo y del pacto. Me gusta Barcelona, una ciudad cosmopolita y abierta al mundo.

Vivimos en una época de crisis y cambio. Ello genera incertidumbres y frustraciones, fáciles de aprovechar políticamente. Pero yo aconsejaría a quienes creen que la independencia nos conduce al paraíso que miren al mundo, si pueden viajen y comparen.

La independencia de Cataluña no es posible. Ni la UE, ni la OTAN ni EEUU están por la labor de desintegrar occidente. Pero es que además no es deseable. No quiero un país aislado, en el que el régimen restringe las libertades individuales y busca enemigos internos y externos para perpetuarse en el poder como hacen todos los gobiernos de este tipo, ya sean iraníes, cubanos o venezolanos.

En definitiva quiero seguir siendo catalán, como lo he sido siempre. Quiero pasear por el Paseo de Gracia sin barricadas, preocupado por mi trabajo y por mi familia y no por los problemas creados por los políticos, que para mantenerse como elites extractivas se atrincheren en el poder sin ningún escrúpulo en poner en riesgo el bienestar y la libertad de sus ciudadanos en nombre de lo que llaman «libertad de los pueblos», que si no es la suma de la libertades individuales de todos los ciudadanos no es más que el derecho de pernada de los poderosos. No quiero que tengamos humoristas, cantantes, actores empresarios, intelectuales del régimen como lacayos del poder. Ya tuve bastante con el franquismo. Pensar así hace que me insulten. Traidor a la patria, botifler, colaboracionista. No es la primera vez. En otras épocas, a quienes no comulgábamos con ruedas de molino también se nos llamaba antiespañoles, pagados por el oro de Moscú, judíos, masones y comunistas. El nacionalismo es así por definición. Siempre se sustenta en mantener viva la amenaza del «enemigo». Y todos son iguales por mucho que se crean únicos. Por eso, si alguna vez flaqueo, vuelvo a ver Casablanca y no me quedan dudas de en qué lado han estado siempre los buenos.

Post data: Para desdramatizar un poco el ambiente, la hoja de ruta de la ANC me ha recordado un chiste de Gila: oiga, ¿es el enemigo? Es para avisarles de que mañana a las doce atacamos… sí a las doce, en el aeropuerto. Vale, hasta mañana.